La jofaina maravillosa de Alberto Guerchunoff
Ed. Losada S.A.
Buenos Aires, 3ª Edición 1953
¿Qué puede hacer un hombre como yo, apartado de las cosas que dan beneficio y entregado a las que están envueltas en palabras y sirven únicamente para poner un poco de miel en el corazón o de guía para internarse en el bosque en que aparece la deidad de la varita maravillosa? No esperes, lector ilustre o plebeyo, que te inicie en los secretos que dan la multiplicación de la onza de oro, pues en tales misterios es maestro mejor el que te nutre y te viste. Lo que yo me propongo es llevarte al país quimérico por donde andan los paladines cubriendo el espacio con sus fieros desafíos y la princesa de noble prestancia oye las trovas de los troveros, mientras espera al que ha de doblar ante ella la rodilla y ofrecerle el reino conquistado en recia lid. Es el reino del esplendor -10- y tiene para ti la ventaja del acceso fácil. No es menester que para hallarlo te dispongas a largos viajes, ni que levantes, siquiera, los pies del suelo que pisas. Es el reino más grande del mundo -yo mismo lo he medido-, y aunque el mundo cabe en él, ese reino cabe en tu habitación. No temas ese viaje ni creas que al ausentarse vendrán malhechores a llevarse tus caudales. Al contrario. Apenas regreses, verás que las riquezas, que tanta fatiga te costaron y nunca te dieron alegría en la soledad, se han vuelto del alto de las montañas. Advertirás que todo es nuevo en tu rededor, como si fuera creado ahora. Y no dejarás de reconocer que se ha operado un vasto y dulce milagro: lo que está a tu lado ya no es más lo de cada día. Tu casa se ha trocado en palacio y la mujer que parecía desabrida y común te sonríe como la dama divina que surge en los sueños, revestida de albos colores, y cuya gracia basta para encantar la vida entera. Es el milagro de la poesía, que otorga tesoros a los que saben amontonarlos al conjuro de las bellas voces que pueblan esa región, limitada por la silla en que te sientas y la última sombra de la nube que rodea la luna. Y bien: vengo a hablarte de -11- esos prodigios. Pongo en tus manos un libro en el cual quizá subsista, mortecino y suave, el aroma de los libros que compuso el grave y avellanado hidalgo. Tal vez al recorrer estas páginas tímidas, quieras conocer las historias del caballero triste, de sus tristes amores y de sus bravos hechos. Entonces tocarás la felicidad. Sólo te pido que no olvides que soy el mediador de tu buena fortuna. No demando mucha merced. Será premio suficiente para mí un sitio en tu memoria, junto al hueco en que se alberga alguna imagen amable.
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