Isabel Baquedano
Isabel Baquedano; la mejor pintora española actual. Ella fué maestra mia en la Escuela de Arte de Pamplona
George Kalandrian
George Kalandrian, el célebre y sublime escapista polaco, aceptó en junio de 1886 el desafío del multimillonario venezolano Ramón Fassbaender, el rey del pollo enlatado Ramón (... el pollo de Ramón, el pollo de Ramón, cuando haya invitados, que no falte en su salón. El pollo de Ramón, el pollo de Ramón, ya cocinado, y con su guarnición, el pollo de Ramón... etcétera).
Kalandrian se atavió cuidadosamente con su legendario esmoquin de lentejuelas, y después le envolvieron con veinticinco metros de cable de cobre, le maniata-ron con unas esposas de acero y le pegaron a una tabla de madera con una doble capa de cola de carpintero.
Después le dieron una paliza con un bate reglamentario de cricket, lo embutieron en el interior de una caja fuerte Great Colossus de triple perno y lo arrojaron al mar, a treinta y seis millas náuticas de Cabo Largo, durante una noche de tormenta.
Por alguna razón Kalandrian no consiguió llegar a la playa, pero su osadía y su valor al realizar el intento han pasado a los anales de la historia del escapismo.
Samuel Kalandrian
Samuel Kalandrian, el hijo primogénito de George Kalandrian, el sublime escapista polaco trágicamente desaparecido a treinta y seis millas náuticas al sur de Cabo Largo cuando acometía su gesta más osada, se convirtió en un niño retraído y huraño. A los dieciséis años se fugó del domicilio familiar y se incorporó al Gran Circo Tonetti, ocultando su identidad a todo el mundo.
La farándula y el espectáculo le corrían por las venas como una droga.
Con los años se convirtió en el Increíble hombre bala, y dejó al mundo boquiabierto con su número de El obús humano, en el transcurso del cual era proyectado por un cañón de nueve metros de longitud y a una velocidad de sesenta kilómetros hora hasta una diminuta piscina situada a más de sesenta metros de distancia.
El zar Alejandro en persona se desplazó con su familia a París, durante la primavera de 1902, con el propósito de presenciar el formidable espectáculo.
Aquella tarde el público abarrotaba las gradas, y el personal del circo estaba alborozado a causa de la ilustre visita.
Samuel Kalandrian saludó con gesto grave en dirección al palco, antes de introducirse pausadamente por la culata del enorme cañón de madera, como un pequeño dios envuelto en lentejuelas.
Enseguida se dio cuenta de que algo iba mal, porque el pequeño punto de luz de la boca del tubo, que siempre observaba concentradamente con el objetivo de relajarse antes de salir disparado, no estaba donde debía estar. Betto había olvidado desenroscar la tapa del cañón debido al bullicio y a la excitación.
Abrió la boca para advertirle del inminente desastre justo en el instante en que un exultante Betto Manfredi aplicaba una antorcha a la mecha, al tiempo que pisaba con disimulo el resorte que soltaba el titánico muelle tensado en el interior del artefacto. Una falsa explosión, seguida de una intensa humareda, determinó el instante preciso en el que el cráneo de Samuel Kalandrian salió proyectado a sesenta kiló-metros hora contra la chapa de cobre de seis centímetros de grueso que protegía la boca del falso cañón.
Su casco perlado de lentejuelas, que adquirió un aspecto horriblemente parecido a una pizza de acero después de aquel trágico suceso, se conserva entre los recuerdos más valiosos de la dilatada historia del Circo Tonetti, expuesta entre la cabeza de Simba, el león parlante, y una naranja de yeso que el mismísimo Andrea Tonetti solía mantener en el aire junto a otras cuatro, antes de fundar el circo que aún lleva su nombre.
Isabel Baquedano
Orlando Kalandrian
Orlando Kalandrian, después del trágico fallecimiento de su padre, el Increíble hombre bala, se convirtió en un niño triste y asustado.
Permaneció en el Gran Circo Tonetti, gozando de la compasión y el cariño de sus integrantes.
A los veinte años se convirtió en el Ángel amigo de los niños, desafiando el destino fatal de su familia.
Aparecía a media función desde lo más alto de la lona, deslizándose por un cable invisible que cruzaba la enorme carpa.
Embutido en su maravilloso traje perlado de lentejuelas, que se complementaba con dos bellísimas alas de plumas inmaculadamente blancas, Orlando cruzaba el pequeño firmamento artificial hasta posarse con delicadeza en el suelo, iluminado siempre por un foco gigantesco. A continuación se acercaba hasta las gradas y repartía besos y caramelos.
No obstante, nadie consiguió disuadirle de que tri-plicara los refuerzos del arnés con el que se sujetaba al cable, añadiendo tres pernos de acero a los dos originales, a pesar de que uno solo de los mencionados pernos hubiera bastado para resistir sobradamente el peso de dos hombres de su envergadura.
Este exceso de celo, evidentemente implicado en su terror inconsciente a la tragedia, acarreaba un incómodo contratiempo, puesto que una vez que llegaba al final del recorrido del cable dos operarios debían afanarse en destornillar los cinco pernos, para lo cual invertían no menos de seis minutos, durante los cuales Orlando debía entretener al público con malabarismos y trucos de magia.
El 12 de agosto de 1922, durante la ola de calor que azotó Europa y en mitad de la función del sábado, un oso polar hembra de casi mil kilos de peso que llevaba ocho años en el circo enloqueció de forma repentina.
Cuando se abalanzó brutalmente contra los barrotes de su jaula y estos empezaron a ceder, todo el personal de pista se afanó en desalojar las gradas superpobladas. Orlando Kalandrian, que acababa de empezar su número, llegó hasta el suelo mientras vigilaba de reojo a la osa blanca y loca.
Los operarios se afanaron con los pernos, hasta que Copo derribó por fin la puerta de la jaula y se encaminó hacia ellos, momento en el cual desaparecieron apre-suradamente entre los cortinajes.
Orlando, forcejeando con frenesí, logró destornillar dos de los cuatro pernos que aún estaban fijados al cable antes de que la osa se abalanzara hacia él y le devorara, para desaparecer a continuación en el bosquecillo de abedules que empezaba en la parte trasera del circo, dejando tras de sí un suave revuelo de plumas.
Los empleados del circo tardaron una semana en recoger cuidadosamente las heces fecales perladas de lentejuelas, diseminadas entre los abedules, que constituían los restos mortales de Orlando Kalandrian.
Los formidables Kalandrian
JORGE BERENGUER BARRERA
192 págs.Traducción:
ISBN 978-84-8381-040-8
18.20 €.
7 comentarios:
Hola!
Soy Jorge, el autor de mis queridos Kalandrian. He encontrado esta entrada por casualidad y me ha hecho mucha ilusión, porque las ilustraciones son una maravilla. Realmente tiene un talento resplandeciente.
Mil besos y gracias!
Estimado Jorge, es un honor que haya pasado por mis páginas. Me pareció muy bueno su relato y lo puse a mi alcansce para poder disrfutarlo con facilidad. Su relato tiene una mescla de delicadeza y fiereza que lo hacen muy atractivo.
En cuanto a los óleos que tanto le han gustado -a mí también- pertenecen a una famosa pintora que se llama Isabel Baquedano. Vive a caballo entre Madrid y Pamplona, si la veo, le trasmitiré su admiración.
Tengo mucha curiosidad por conocer donde se ha formado usted, qué maestros ha tenido.
Le deseo muy buena suerte.
Pepa
Hola Pepa!
Sí, ya había visto el nombre de la autora, y lo menciono porque incluso estuve buscando en google para mirar sus obras. Poseen una ternura muy verídica, porque también está presente la tristeza. Incluso la fragilidad. La belleza auténtica es así.
En fin, felicítela de mi parte, si tiene ocasión, y transmítale mi admiración.
La verdad es que empecé a escribir muy tarde, con treintaymuchos años. Mis maestros, por lo tanto, serían todos los autores que me han hecho pasar ratos mágicos mientras leía su obra. Y también, cómo no, las personas que me han hecho crecer como ser humano con su ejemplo. He conocido unas cuantas, como todos. Y creo que la verdadera literatura debe contener un poquito de grandeza. Bueno, como la pintura, la música o cualquiera de las artes.
En fin, sepa que me hizo mucha ilusión la entrada en su blog. Y sepa también que la frase "mezcla de delicadeza y fiereza" me ha emocionado. Yo no hubiera podido describirlo tan bien y con tan pocas palabras. Así son los Kalandrian, sin duda.
Reciba un abrazo muy sentido,
Jorge
Buenas tardes, Jorge. Es usted muy amable conmigo. Isabel Baquedano y yo nos vemos muy de cuando en cuando, en cuanto la vea, le trasmitiré su admiración de usted hacia ella. Seguro que a ella también le gustará mucho su relato.
Yo también deseo llegar algún día a escribir algún relato que resultara de interés. Sería estupendo, Jorge, si me da usted información sobre los maestrxs que le han conducido a resultados tan óptimos.
Le mando un saludo con mi cariño,
Pepa
La verdad es que si empezara a hablar de mis referentes podría escribir como 30 folios y me temo que acabaría por aburrirla a usted.
Para ser conciso, le diré que con 13 ó 14 años leí "Cien años de soledad", de G. Márquez. Hasta entonces había leído "cosas de chicos" (Salgari, Verne, etc.) pero "Cien años" me dejó con la boca abierta a causa del asombro. Es decir, me di cuenta de que se podía hacer magia con un bolígrafo y un fajo de papeles en blanco. Que un buen escritor se parece a un dios porque puede crear universos coherentes y bellízimos, y que puede crear personajes con alma. Creo que empecé a escribir después de eso. Aunque, desde luego, jamás me he acercado al nivel de excelencia del señor García Márquez!
Reciba un abrazo;
jorge
Veo, que aunque usted es mucho más joven, también conocio a Salgari y a Verne temprano. Mi primer libro fué de cuentos, en los cuales los príncipes, por amor, llenaban de bajorrelieves sus palacios con la historia de su amada. Las mujeres, y algunos hombres también, sobre todo en América del Sur, al no estar tan metidas en el sistema, tendemos más a lo fatástico. A mí también de Cien años.... me impresionó en gran manera, el reguero de sangre que llegaba hasta el segundo piso después de subir varios escalones... y la bella Remedios, que de tan buena, se fué al cielo, en vida, mientras doblaba las sábanas...
¡Quien tubiera cien veces cien vidas para leer, y sobre todo para releer...
En mi mensaje anterior yo me refería, quiero decir, mi interés era, y es, el saber si ha seguido usted unas clases y con qué maestros, quien o quienes le han guiado en sus primeros pasos por el mundo del arte y de la escritura.
Le mando un saludo con mi agradecimiento y mi cariño por sus amables visitas.
Pepa Puncel
Querida Pepa, lamento el error (mío) yno haber entendido su consulta.
Ciertamente he hecho algunos cursillos, y modestamente opino que si bien no son imprescindibles para escribir bien, sin duda son muy recomendables. Ayudan mucho, sobre todo, en la preparación de la novela, en la estructura. En lo que serían "los planos de obra", si habláramos de arquitectura en lugar de literatura.
Por ejemplo, imaginemos que queremos hablar del amor. Ése sería el tema, lógicamente. Pero después debemos tener claro cuál es nuestra tésis, la que vamos a defender. Puede ser "el amor incondicional es desinteresado" o "el amor desinteresado no existe", por poner dos ejemplos. En cualquier caso, deberemos defender nuestra tesis con convicción para no defraudar a un lector exigente.
Hay que tener en cuenta mil cosas, como que la acción siempre es consecuencia de un deseo de un personaje. El personaje desea algo y hace cosas para lograrlo. Debe encontrar oposición, debe haber una catarsis, debe haber un "crescendo" razonablemente progesivo, y no a trompicones, etc.
En fin, son mil cosas que, aunque reitero que no es indispensable siempre viene bien saber.
De todas maneras los cursos suelen ser bastante caros. Si busca en internet encontrará cosas interesantes. Como ejemplo le pongo esta página, que me fue de gran utilidad. En realidad es para guionistas, pero un novelista y un guionista, al fin y al cabo, cuentan una historia por escrito:
http://www.lapaginadelguion.org/
En fin, Pepa, me asomaré de vez en cuando por esta página para saludarla, que es usted un encanto!
Un saludo cariñoso:
Jorge
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