BODAFÓNICA” (dedicado a Patxi, el cual me animó con su interés a escribir este cuento)
—¿Quién llama?
—Soy Luis Alfredo, le llamo de la Compañía Bodafonica.
—Mire, Luis Alfredo, yo soy Hernandez, con zeta.
—Sí Señor Hernandes, como usted diga.
—Bueno, da igual. ¿Y usted como se apellida, Luis Alfredo?
—No me permiten decirlo, Señor Hernandes.
—Pues eso no me parece justo, usted conoce mi nombre y casi mi apellido, además de mi número de teléfono.
—Yo hago lo que me mandan señor Hernandes. Si puede escucharme sinco minutos le diré las enormes ventajas de contratar los servisios de Bodafonica y…
—Escuche, Luis Alfredo.
—Dígame señor Henandes.
—No voy a contratar el servicio de Bodafónica; es más, me voy a ir a una isla desierta donde no haya compañías telefónicas, incluso ni siquiera seres humanos.
—Yo le comprendo señor Hernandes, pero las ventajas que se perderá usted por no disponer de los servisios de Bodafónica le…
—Escúcheme, Luis Alfredo, tengo una pequeña tienda y la vendo barata porque ya le digo que yo me voy, ¿No le interesaría comprarla? Se la dejo prácticamente regalada.
—¿Una tienda? ¿Regalada? Mire don Kico, no le entiendo, yo le ofresco una promosión súper, si tiene la amabilidad de escucharme un…
—Sí, Luis Alfredo, prácticamente regalada. Es una tienda preciosa, llena de género muy variado y está muy bien situada.
—Oiga don Kico, ¿Qué es prácticamente regalada?
—Pues que su valor de mercado es de doscientos sesenta mil euros y yo se la dejo en la mitad, o sea, se la vendo por ciento treinta mil euros. Una ocasión. Un chollo que no puede usted dejar escapar. La acabo de sacar a la venta. Me la quitarán de las manos en cuestión de horas, pero usted me cae bien. Prácticamente, Luis Alfredo, es usted como de mi familia, hablamos casi a diario desde hace muchos meses. ¿Qué me dice?
—Pues, no se… ¿Eso es Pamplona, no?
—Sí, estimado Luis Alfredo, esto es Pamplona, la ciudad más preciosa de éste hermoso país, si no fuera porque el cincuenta por ciento del personal están chiflados. Además Pamplona está a solo treinta minutos de la costa y lleno de la gente muy variada, lo mismo cortamos troncos de dos metros de espesor sin motivo alguno, como cantamos versos delicadísimos improvisando tema y rima, ya ve usted…
—¿Está usted soltero, Luis Alfredo?
—Sí, señor Hernandes, estoy sin pareja.
—Pues aquí va a encontrar usted mujeres fuertes como los robles que pueblan las partes bajas del Señorío de Bértiz , capaces de encontrar soluciones para casi todo, por no exagerar, pero yo diría que para todo. Usted tan solo tendrá que decirlas de cuando en cuando que valen cien mil veces más que ellos y que limpian y cocinan como dios. Ya ve Luis Alfredo, que bien va usted a estar aquí.
—Permítame que le diga, Señor Hernandes, que es mi sueño ir a Europa a vivir y lo que me cuenta usted de su pueblo me está empesando a interesar.
—Pues no hay más que hablar, deme usted su dirección de correo electrónico, y su número de teléfono, sus datos de identificación personales y le mando fotos de la tienda, y si me da un fax, le mando el borrador del contrato junto con toda la documentación que acredita que soy el propietario. ¿Qué le parece?
—Me parece un sueño hecho realidad, señor Hernandes.
—¡Qué curioso, Luis Alfredo!, Yo estaba pensando lo mismo.
EPÍLOGO*
Ni que decir tiene que Kico Hernandez se fue a una isla desierta donde fue adoptado por una enorme orangutana, que conmovida por su extrema delgadez le maternizó, y desde el primer momento en que lo vio, se ocupó de su alimentación, de acunarle por las noches hasta que Kico quedaba dormido plácidamente, de buscarle comida, con lo cual que Kico se hizo herbívoro, lo que mejoró extraordinariamente su salud. La maternal orangutana, cuando lo consideró preparado, le buscó una joven hermosa y fogosa orangutana, con la cual tuvo mucha descendencia, que unos cuantos miles de años después, llegaron a evolucionar poblando la tierra de modo pacífico e inteligente. De esta guisa, Kico terminó sus días con una cantidad de felicidad bastante satisfactoria en compañía de su cuadrilla de orangutanes y no echó de menos ni bancos, ni políticos, ni personas, ni siquiera supermercados, ni nada de nada de lo que Kico había conocido como "civilización".
Pero el lado siniestro de esta historia es, que cuando Luis Alfredo tomó las riendas de la tienda de chuches, la recesión empeoro, las multinacionales se apiñaron, las fortunas se fundieron en un solo trust, y como los habitantes de la tierra ya no podían consumir la producción, dado lo exiguo de los sueldos, a el mercado dejaron de interesarle las personas.
Para solucionar este problema de modo científico crearon una bacteria tan mortífera que exterminó la raza humana en un plis-plas, menos las dos o tres familias que se habían adueñado de todas las riquezas del planeta, con la única excepción de doscientos seres humanos a los que manipularon el cerebro y con la colaboración de dos científicos neurocognitivistas consiguieron convertir convenientemente a esos seres humanos en humanoides dejándoles con la lucidez mental de una ameba para que obedecieran sin rechistar y no causaran ninguna molestia utilizándolos como sirvientes dóciles y satisfechos con solo comer una vez al día. Pero, quedaron tan pocos humanos —si se les puede llamar así—, que terminaron por aburrirse los unos de los otros, y tanto y tanto se aparearon entre ellos, que la raza se debilitó, hasta tal punto, que se murieron; unos de asco y otros de puro aburrimiento. Y así terminó la dictadura del mercado para siempre jamás. Amen.
Para solucionar este problema de modo científico crearon una bacteria tan mortífera que exterminó la raza humana en un plis-plas, menos las dos o tres familias que se habían adueñado de todas las riquezas del planeta, con la única excepción de doscientos seres humanos a los que manipularon el cerebro y con la colaboración de dos científicos neurocognitivistas consiguieron convertir convenientemente a esos seres humanos en humanoides dejándoles con la lucidez mental de una ameba para que obedecieran sin rechistar y no causaran ninguna molestia utilizándolos como sirvientes dóciles y satisfechos con solo comer una vez al día. Pero, quedaron tan pocos humanos —si se les puede llamar así—, que terminaron por aburrirse los unos de los otros, y tanto y tanto se aparearon entre ellos, que la raza se debilitó, hasta tal punto, que se murieron; unos de asco y otros de puro aburrimiento. Y así terminó la dictadura del mercado para siempre jamás. Amen.
*No apto para lectores que se consideren fundamentalistas del Realismo sucio
Pepa Puncel_Pamplona_El caracol_23/05/2011
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