viernes, 20 de agosto de 2010

LAS PALABRAS_Escuela de Escritores_Tema7_El final como principio_Pepa puncel_Tutora Isabel Cobo


René François Ghislain Magritte (21 de noviembre de 1898, en Lessines, Bélgica-15 de agosto de 1967, en Bruselas, Bélgica)



    Las palabras, una vez dichas, son como dardos disparados, no hay manera de impedir que lleguen a su destino. Esto que me acaba de suceder lo demuestra.

    Esa noche venía a cenar Rufo. El fue mi maestro en el último curso de escritura en la Casa de las Letras, en Buenos Aires, luego decidimos venir juntos a París donde nos instalamos, pensábamos que en Europa todo sería más fácil lo cual fue totalmente incierto. Con el tiempo seguimos caminos distintos pero como desde el principio, continuamos teniendo una relación muy ambivalente, una especie de amor odioso que hace que relaciones sean prácticamente indestructibles porque en cada contacto dejan una herida profunda que es necesario reparar. En pequeñas dosis yo toleraba el vernos.

    Había preparado de cena unos “spaghetti ai gamberetti” una receta de Víctor, un colega italiano, muy buen escritor y un extraordinario cocinero. Esa noche me habían salido casi tan buenos como los que él me suele hacer.

    Llaman a la puerta; es Rufo, parece de mal humor y eso me inquieta. Le sirvo una copa de champagne y mientras la bebemos ponemos la mesa en la terraza y nos ponemos al día sobre nuestras últimas andanzas por el mundo de los relatos.

    —¿Sigues respetando la sintaxis y el orden establecido, mi querida Berta?

    —Rufo no empieces, date cuenta; tu eres tu y yo soy yo.

    —Eso es una obviedad, querida, trata de ser seria.

    —¿Para que vamos a darle más vueltas? Ya sabes que no estoy de acuerdo contigo, eres tú el que no me tomas en serio a mí y no me respetas, no solamente a mí, sino a todo el que piense de modo diferente a tu modo de enfocar la situación. ¿Sabes?, creo que eso te hace mucho daño.

    Rufo me hizo un quiebro y cambió de estrategia pero yo le ví venir.

    Alzó su copa y dijo:
    —El champagne sí que está fuera de la sintaxis y del sentido de un orden cartesiano, y lo está como los mejores relatos, como los cortos publicitarios o los clips de vídeo más actuales, sus burbujas caóticas, son como la percepción de la realidad contemplada desde la televisión, la única ventana al exterior para la mayoría.

    Rufo estaba con los ojos brillantes como cuando quiere pelea. Tratando de serenarme me dejo acariciar por la brisa fresca y suave y miro el atardecer.

    —Sí, la verdad es que champagne está buenísismo y también los spaghetti, anda Rufo vamos a disfrutar de la cena.

    —No, Berta, hablo en serio; el ente que dirige actualmente la evolución de la especie humana ya no es otro ser humano: malos, buenos o locos, han sido seres humanos los que han dirigido nuestra especie por un camino donde había, casi siempre, una salida para engrandecernos. Ahora es un monstruo incapaz de comprender lo humano, incapaz de comprenderse a sí mismo. Es una fuerza ciega la que nos conduce; la que nos aniquila, la que nos impone lo que hay que hacer, o pensar en cada momento y nos deja sin capacidad de respuesta. Yo creo que la evolución que hemos seguido como especie, se ha topado varias veces con un punto ciego, inhumano y sin posibilidad de evolucionar y por lo tanto desaparece. Unos pocos han conseguido reprogramarse para renacer y encontrar, de nuevo, un camino abierto, pero esta vez hemos llegado a un cul-de-sac, ya no hay sentido, no hay futuro, todo esfuerzo es inútil y eso es lo que debe contar un artista en su obra creativa, ya sea escribiendo, pintando o haciendo música. Algunos lo estamos haciendo y tú deberías comprenderlo.

    —Yo creo que estás agotado, Rufo, creo que estás intentando exprimirte el cerebro y eso ya no es creatividad, es masoquismo, deberías descansar.

    —No puedo, no podemos seguir escribiendo relatos como si no pasara nada. La selección natural ya no guía nuestro destino, es una fuerza ciega, lo peor del ser humano; es la avaricia, la indiferencia, la crueldad, la rapiña y la destrucción.

    —Te equivocas, Rufo, yo sí puedo, más aun, auque diera por ciertas tus suposiciones, que no es así, seguiría escribiendo como escribo, el solo hecho de sentir la caricia de esta brisa fresca y la humedad perfumada que desprenden las rosas de mi terraza me hace desear estar viva y desear vivir en un mundo lo más bello imaginable y tratar de hacerlo más agradable a los que me rodean o lean lo que escribo.

    Rufo me miró con sorpresa y su cara enrojeció. Se levanto bruscamente y fue a la cocina a por otra botella. A la vuelta parecía más tranquilo pero cada vez me irritaba más la situación, creo que esta vez no me iban a quedar ganas de volver a verle. Descorchó la tercera botella de champagne y llenó las copas hasta el borde bebiendo la suya de un trago.

    —Parece que a mi gatita le han salido garras.

    Me puse furiosa. El que dejara caer mis argumentos en el desprecio de no querer oírlos me pareció imperdonable, pero esta vez seguí implacable:

    —En la burguesía ha latido siempre un sentimiento de culpa. Desde que traicionó los logros de la Revolución Francesa ya no hay un dios que la redima, por eso, tolera y necesita que la machaquen de vez en cuando y por eso tienen tanto éxito los artistas que cumplen la misión de castigar las conciencias. Creando mundos desgarrados y mostrando, a través de una mascara cultural, toda esa basura, el efecto que produce es el de una vacuna, para que consideremos natural e inevitable lo que sucede. Tu modo de escribir, desesperanzado y sin sentido, aquieta esa mala conciencia pero el resultado es que hace a la sociedad cada vez más pasiva, la gente como tú, colabora con el sistema, en realidad eres tú el que vas por el camino equivocado, eres tú el que has llegado a un callejón sin salida.

    Rufo no estaba acostumbrado a que yo me opusiera a sus argumentos con tanta fuerza. El hecho de que hubiera sido mi maestro había contribuido a una postura de excesivo respeto por mi parte, pero no estaba dispuesta a continuar una relación tan destructiva para mí.

    Rufo se puso de pie agarrando la botella de champagne y empezó a dar zancadas por la terraza. No me dejé amedrentar por su aspecto amenazante y seguí:

    —Sí, Rufo, estás equivocado y eres consciente de ello, en realidad eres un gran mentiroso pero a mi ya no me engañas, a mi ya no me utilizas más para hacerme creer lo que dices y así poder creértelo tú, en realidad hace tiempo que juego a creerte pero: ¡fin!; esto se ha acabado, esta amistad no es buena para ninguno de los dos. Se acercó a mí en actitud amenazante y yo me puse también de pie y le dije:

    —Dime, Rufo, si es verdad que piensas que todo carece de sentido, que no hay esperanza, que no podemos hacer nada para cambiar la situación, ¿Por qué no te suicidas? Antes de terminar de decir esto desee no haber pronunciado estas palabras.

    Rufo me miró y en su boca se marcó una mueca espantosa, luego se giró y fue a sentarse sobre la balaustrada de la terraza de mi ático, volvió la cabeza hacia mí y todo en su cara era espeluznante, sin dejar de mirarme, apuró hasta la última gota de champagne y se dejó caer a la calle con un aullido lastimero.

Pepa Puncel Repáraz
Pamplona 20 agosto 2010

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