Eloína
Eloína desde que sabía escribir llevaba un diario. En él apuntaba lo que le parecía más significativo del cada día. Desde muy pequeña le habían interesado los personajes controvertidos y le gustaba crear, en su diario, diálogos con ellos. Lucifer era uno de sus preferidos porque le daba mucho juego. Con Peter Pan, en cambio, tenía más confianza y con su confesor, Monseñor Blanco, se divertía mucho cuando era Monseñor el que se confesaba con ella.
—buenas Lucifer ¿Te ha gustado la trola que le he metido a doña Eloísa?
—Cada vez lo haces mejor, eres una gran pecadora, pero luego irás al mosén, y todo se irá a la porra
—Tienes razón, pero mientras tanto, hoy no voy al colegio…
—Ya
— ¿Cuando me vas a contar en qué te diferencias de Dios?
—En poca cosa. El no da la cara, en cambio yo soy más valiente, soy un cabrón y lo reconozco
—Sí, eso me gusta de ti
—Comprendo
—Dime Lucifer ¿Si no existiera el mal, existiría el bien?
—El mal y el bien son una entelequia para dar mas elegancia a Dios y a mi mismo; lo que existen son gente decente y gente indecente
Con Peter Pan los diálogos en el diario de Eloína eran más cotidianos
— ¿Qué tal Peter?
— Tengo agujetas en las alas
— Ya me gustaría tener yo agujetas por haber estado volando
— ¿Tienes una aspirina?
— Por qué los chicos sois más divertidos en los cuentos, las niñas en cambio son una pesadez
— Es porque con nosotros se toman más trabajo, estamos más construidos
— Yo no veo ninguna diferencia entre un chico y una chica, podemos hacer las mismas cosas y por solo tener diferente lo de mear no me parece una razón para que pasen semejantes cosas
— Las chicas meáis con estupor de rana
— Y vosotros tenéis un colgajo y os salpicáis los zapatos al mear
Con mosén Blanco
—No tengo nada de que confesarme hoy, pero mi madre me obliga a hacerlo
— ¿Seguro que no has hecho nada malo?
—Yo no ¿y Usted?
—Yo si. Yo engaño a la gente, la humillo haciendo que me cuente lo que yo le digo que es pecado, quemo a los descreídos o incluso convierto a mi religión a los mahometanos, asusto a las niñas con el infierno y las descubro maldades que hacen explicándoles los terribles pecados que están cometiendo aun sin ellas saberlo
—Es usted terrible Mosén Blanco
Desde muy al principio, por el tomo tres de sus diarios, más o menos, aparecieron en sus apuntes, observaciones sobre Pedro, el niño que vivía en el piso encima. Lo que más deseaba Eloína era que el muy estúpido dejara de meterse con ella continuamente. Cuando se encontraban por las escaleras le tiraba de las trenzas y le decía bobadas como: ¡Guapa! Le parecía un niño odioso, con los mocos siempre colgando y más que flaco, enclenque. No miraba nunca de frente y María sabía que se hacía pis en la cama porque hasta los 10 años no dejó de gritarle su madre todas las mañanas, sin importarle nada que la oyera toda la vecindad por el patio interior.
— ¡Eres un cerdo estúpido!
Al cumplir trece años a Eloína le brotaron pechitos puntiagudos y empingorotados y se le hincharon los labios con forma de corazón. Sus ojos empezaron a mirar más allá de lo que tenía delante y sentía, como en su cuerpo, se distribuía el calor de modo diferente y que tenía deseos nuevos, pero no sabía bien de qué. En su diario, los diálogos se hicieron más confusos. A veces escribía cosas que ni ella misma entendía muy bien.
—Lloro de felicidad
—Río de pena
—Vivo sin vivir en mí
Cuando no tenía mejor cosa que hacer espiaba a Pedro por el patio. Le veía hacer extraños rituales en su piso mientras le miraba escondida detrás del visillo.
— ¿Qué haces Pedro?
—Y a ti qué te importa
—Eres un maleducado
—Pero soy más fuerte que tú, los chicos somos más fuertes
—Eso importaba cuando vivíamos en cavernas, ahora se trata de tener o no tener talento
—Somos diferentes los chicos de las chicas
—Pues yo no noto ninguna diferencia
—Algún día lo notarás
Desde que su madre hubiera enfermado gravemente, los padres de Eloína pasaban casi todo el tiempo en la casa de la familia, en el pueblo y Eloína, que se quedó en la ciudad por los estudios, hacía lo que le daba la gana. Lo que no cambiaban en ella eran los sentimientos que le causaba Pedro. Quizá se habían intensificado y Eloína seguía anotando cosas sobre él en su diario.
—Aunque no puedo saberlo con certeza es bastante probable, que cuando cierra la puerta de su casa por dentro, siga conservando el mismo aspecto que cuando me cruzo con él por las escaleras o por las tiendas del barrio, y aunque ahora lleva el andar flexible porque corre, horas y horas, por el parque desde que sus padres murieron en un accidente de coche hace unos pocos meses, el resto de su cuerpo sigue siendo rígido, como si fuera de escayola. La barbilla, siempre apuntando al cielo, con la altivez de un dromedario. Pedro sigue siendo un idiota, odioso y enorme.
Cuando se cruzaban por la escalera, Pedro se arrimaba a la pared apoyando en ella las puntas de sus dedos de su mano abierta y no miraba a Eloína. Eso la irritaba mucho y se lo hacía saber.
—Parece que tu madre sigue gritándote por las mañanas
Pedro esperaba a que Eloína siguiera su camino, sin moverse, como queriendo no estar. Pero Eloína cada vez se envalentonaba más y pasando un tiempo, Pedro empezó a contestarla
—Eres un dromedario presumido
—En cambio tu no tienes de qué presumir
—Si no te vas te doy una patada
—Las chicas no dan patadas
—Las patadas se dan con los pies y las chicas tenemos dos, igual que los chicos, —Vete o te doy y verás si puedo o no puedo. Sus conversaciones fueron cambiando lo mismo que sus cuerpos
—A ver si te afeitas que pareces más guarro de lo normal
—Te están saliendo tetas
— ¿Y qué?
— ¡va! Con las tías no se puede hablar
— Anda chaval que se habla con la boca y no con el pito
Después de quedarse sin sus padres, en Pedro se produjo un cambio en su perspectiva del mundo que le rodeaba. También cuando se cruzaba con su vecina era él quien la provocaba
—Estás más buena que un pan
— ¡Si!, ¿He? —pues además pienso y no te gustaría saber lo que pienso de ti
Y así fue pasando el tiempo
Esta noche, Eloína ha decidido, que como no tiene que dar explicaciones a nadie, va a salir a bailar. Se pone una falda vaquera verde y una camiseta apretada color fucsia, se peina su media melena negro azabache, con el flequillo tapándole los ojos y se hecha Agua Salvaje por todo el cuerpo, aunque no sabe muy bien por qué. Termina de pintarse y pone caritas en el espejo a ver que tal está, sonríe, junta los labios de corazón y se manda un beso.
En la escalera ve a Pedro que sube. Pedro la mira con una expresión rara en su rostro. Al pasar a su lado, ya en el descansillo, se para junto a ella, avanza un paso y la agarra por la cintura atrayéndola hacia su cuerpo dejando que los latidos de su corazón lleguen hasta el corazón de Eloina; ella, perpleja, Pedro imparable, la estrecha más aun y la besa en los ojos, en la frente, en el cuello, cada vez con más delicadeza hasta que se apodera de su boca. Eloína jime y se desmadeja en los brazos de Pedro que la sujeta con firmeza.
En cuanto nota Pedro que Eloína se recupera, la coge de la mano y corre con ella escaleras abajo. En la calle, se dirige al parque sin soltarla, se mete en un parterre y apoya la espalda de Eloína contra un árbol sin dejar de besarla. Encima de ellos todo el firmamento gira lentamente. Ella mira hacia lo alto y piensa que Pedro y ella son el centro de ese universo que gira y se mueve como un anillo construido de astros en el cual las piedras preciosas son ellos dos abrazados.
Pepa Puncel Repáraz
Pamplona 8 julio 2010
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