jueves, 24 de junio de 2010

LA NIÑA MOSTRENCA _PEPA PUNCEL Escuela de Escritores Mentora Isabel Cobo




Érase una vez una niña que creció entre montes y praderas esmaltados de flores que parecían de plástico de lo bonitas que eran (ella decía) La niña, tenía su guarida llena  únicamente de flores de plástico, porque, con solo quitarles el polvo, relucían sin cansarse nunca de relucir. El caso es, que estaba tan contenta que no hacía otra cosa que regalar flores a todos los que pasaban por allí. Cada vez pasaba más y más gente: a esta una de plástico, que tiene cara de buena, a este otro, que tiene cara de malo, de las que huelen bien pero se pudren y dan pena. Y no se dio cuenta de que se iba quedando sin flores hasta que solamente le quedó una de plástico (menos mal, dijo la niña, esta no entontecerá) Y se fue por esos mundos procelosos y amorosos con su flor, para encontrar una persona o ente a quien darle la última amapola amarilla de plástico que le quedaba. Nadie sabe, ni dice, ni cuenta, ni mucho meno aún narra, como terminó este cuento. Así es que, no tengo más remedio, que intenta r relatarlo yo. Pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar (es un decir de otros) y más despistada que pistada, sin tener ya un quehacer en este mundo, sujetando contra su pecho la amapola morada  (sí, sí, la amapola cambiaba de color). Pues eso; iba mirando atentamente a diestra y siniestra de las calles, callejas y callejones; rinconadas y rincones, que diría María Acevedo, incluso fisgando, por si acaso, en los culos de saco de las ciudades que se cruzaban con su andar, para ver si había algún ente o persona, malo o bueno, ya le daba igual, pues empezaba a estar triste y hambrienta.  Lo malo fue que corrían años de posguerra, de extrema incertidumbre y de mucha hambre. Todas las gentes, además de la niña, estaban cansadas, tristes y hambrientas. También  lo estaba la familia que recogió a la niña. Cuentan los vecinos del segundo y del cuarto; también el portero de la finca que se llamaba Macario, que nadie de la familia de acogida prestó a la niña, nunca,  el menor caso y cariño porque decían, que la niña era rara, rara, rara y en eso estaban todos de acuerdo,  tanto la familia, como las mademoiselles del jardín de infancia por donde pasaron los seis hijos y la niña. También decían que, además de rara, era una mostrenca tan mostrenca como la flor de plexiglás (ellos decían) que apretaba la niña, día y noche, tan fuertemente sobre su corazón, que, ni aun después de que muriese (de pena, dijeron), nadie nunca pudo separarla de su pecho, en el cual yace, roja, por jamás de los jamases, sobre su cuerpo incorrupto 

©Pepa Puncel Repáraz

Pamplona 13 junio 2010 Escuela de Escritores Ejercicio 3

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